domingo, 5 de julio de 2009

La Mujeres de la Revolución (parte I)

- Dedícate a puta - le decía Matilde a Juana - eso de estar tratando de estudiar no es para nosotras. Pero Juana soñaba con algo más, cómo era posible que su gran amiga de infancia, con la que compartió muñecas, listones de colores y quizá hasta algún novio, el día de hoy le propusiera semejante abominación. Cómo imaginar siquiera que alguien no quisiera vivir en la modernidad propuesta por el Congreso y engrosar las filas de la Confederación de los clubes liberales como el de los hermanos Flores Magón.
Las dos amigas habían estudiado hasta la secundaria juntas y eso porque el Presidente Juárez la había hecho obligatoria para las mujeres, pero un buen día el papá de Matilde, potentado hacendado de San Luis Potosí y porfirista hasta la médula, la encontró besándose con Francisco, mozo de un miembro del partido liberal que estaba decidido a derrocar a Don Porfirio. Eso fue suficiente para que su padre la jalara de las trenzas y la llevara a aquella casa a la que tenía prohibido siquiera pasar cerca. En cuanto abrieron la puerta la aventó de un puntapié y le dijo a esa señora con un vestido estrafalario, que de ahora en adelante hiciera con esa lo que mejor le conviniera.
Y fue así como los sueños que compartiera alguna vez se reventaron en el piso con tal estruendo cual metralla que sólo unos años después sería el sonido ensangrentado de la época. Su futuro estaba ya decidido.
En un principio la profesión no fue toda de su agrado, pero poco a poco las ventajas salieron a su encuentro podía dormir hasta tarde, beber lo que quisiera, reírse como le diera la gana sin importar las miradas clavadas como flechas en sus ahora desenvueltas maneras.
Así que aquel día de verano en que Juana le confesaba su decisión de inscribirse a la Escuela Normal, donde ahora se abría un centro para la preparación científica de las mujeres, le parecía una locura.
Esa mañana, bueno más bien entrado ya el medio día, el calor era insoportable, se respiraba el sopor, los mosquitos de la fruta podrida rondaban el ambiente, y ni siquiera el aire se sentía capaz de cruzar por las ventanas abiertas de la casa. Para Matilde no era la excepción, estaba tirada en su cama con una camisola a medio poner, dejando salir uno de sus pechos blancos y redondos que tantos gozos habían sabido otorgar, despeinada y con un humor de perros. Su aliento acusaba una noche de harto tequila y juerga fenomenal. Su sudor era ácido, mezcla de varias transpiraciones de entes que desfilaron de uno en uno por su cama.
Así que un poco desesperada y enojada escuchó a su eterna compañera que con frases que se atropellaban por salir de su garganta le explicó la novedad y su sueño de ser periodista. Y si fuera posible -¡Ah! Magonista, eso quiero ser- Matilde se burlaba de la locura de su amiga y la recomendaba a inscribirse como ella en el padrón de prostitución. Pero muy en su fuero interno, Matilde sentía orgullo por su confidente, y por que no, quizá hasta un poco de envidia.
En cuanto Juana se fue, la expresión de Matilde era una mezcla de desconcierto y esperanza - ¿Y si Juana tuviera razón?- así cavilaba mientras el tiempo implacable la preparaba para cumplir con un oficio al que de momento le pareció soso y sin razón.
¿Por qué había tenido que escuchar a Juana? Le había metido ideas en su cabeza y ahora éstas la habían secuestrado. Todas las preguntas guardadas tan fielmente en aquel arcón al fondo de su mente, de momento emanaban cual cascada, imparables, y con una fuerza que hacía rugir su alma desde lo más profundo.
Al ponerse el sol, su cabeza seguía urdiendo esas ideas, cuando entró a su habitación Francisco, ahora convertido en hombre, que como todos venía a calmar esas ansias que se anidan entre las piernas, con una muchacha de la calle de Santa Teresa, que solo unos años después sería cambiado por “Primo Verdad”. Continuará….

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