martes, 28 de julio de 2009

El destino

Bueno lo prometido es deuda. Esta es la historia de amor entre Olga y Antonio. Pero como siempre me sucede, es únicamente el bosquejo de algo que será parecido a una novela muy corta. Como lo decía el blog pasado, ¿coincidencias? No lo sé, pero tal parece que mi camino como escritora, empieza a dibujarse más claramente.
Que lo disfruten:


La tarde de ese mes de enero fue excepcionalmente fría, el sol había decidido esconderse detrás de unos nubarrones negros, sería para no presenciar la tan triste despedida, la niebla llegaba hasta el punto de no ver más allá de apenas unos cuantos metros. Se escuchaban únicamente sollozos, palabras de amor, gemidos ahogados y a lo lejos los “tuuu tuuu” de los barcos anunciando su llegada al puerto.
Una pareja caminaba abrazada hacia el futuro incierto, los brazos de Antonio rodeaban la cintura de Olga y la protegían del gélido viento que corría por el muelle. Ella con el corazón hecho trizas y él con una desgastada maleta café, tiritaban sintiendo por última vez el calor de sus cuerpos.
Olga y Antonio, se habían conocido en Sama de Langreo, su pueblo natal en Asturias, hacía ya muchos años. La madre de Antonio, por las bajas notas en la escuela, lo había azotado, y éste al salir corriendo tiró de la escalera a Olga, que subía a su piso cargada con una bolsa de naranjas.
Al escuchar el grito de Olga, el chico se detuvo y sintiendo un remordimiento muy grande, la ayudó a recoger las frutas que rodaban escalera abajo. Ya en la planta baja, se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas, para que la niña con el cabello tan negro como nunca había visto igual no se diera cuenta que lloraba. Antonio sintió un calor muy extraño en su cuerpo, algo que jamás había experimentado tras sus diez largos años de vida.
Olga por su parte, al ver al muchacho con los ojos enrojecidos, pero en solícita ayuda, sintió una ternura muy grande y las ganas de consolarlo por la pena que lo embargaba. Seguramente su madre lo había maltratado y ella quería darle ese cariño que ella creía que a él le faltaba.
A partir de ese día, los chicos se buscaban para ir a la escuela, que quedaba a tan solo unas cuadras de sus casas, regresaban juntos, jugaban en la calle y poco a poco el romance fue envolviéndolos con sus grandes alas color carmín.
Una tarde que regresaban de la escuela, Olga muy emocionada, le platicó a Antonio de América. En su clase de Geografía, la maestra les había platicado de ese continente, y el lugar que más le había llamado la atención a la niña, había sido México, un lugar lleno de colores, donde las personas eran siempre muy felices.
Antonio, como siempre la escuchaba fascinado, y se imaginaba una vida en aquel lejano país con su Olga. Siempre soñaban en ¿qué harían?, ¿Cómo vivirían? ¿Cómo sería ese tan lejano México?
Los años transcurrieron muy rápidamente, una tarde sentados en las escaleras, Olga le mostró una foto que había encontrado de un mercado en la ciudad de México, se veían frutas, verduras, especias y demás utensilios, que le daban una vida propia. Antonio estaba emocionado de sentir tan cerca a su compañera, pero no podía pensar en decir nada, el corazón corría desbocado.
Olga al ver el estado de Antonio, lo abrazó y sin siquiera pensarlo lo besó. En un principio el beso fue muy tímido, simplemente un roce de los labios. Pero el chico, al sentir esa dulzura, la besó con más fuerza y pasión. Se encontró jugando con la lengua de Olga sin darse cuenta.
Así su pasión fue aumentando día a día, caminaban tomados de la mano, se mandaban notas, se besaban en cualquier rincón. Una tarde que la madre de Olga no estaba en casa, hicieron el amor. Esta había planeado todo, para que fuera un momento especial, había cambiado las sábanas de su cama, tenía en un florero unas flores rojas, la foto del mercado estaba clavada en una de las paredes. Compartieron caricias, ternura, inexperiencia y hasta dolor. Fue una época maravillosa, donde mezclaron sueños, vida, besos, cuerpos, almas.
Nada podía separarlos ahora, nada, excepto la guerra civil. Antonio tenía ya 18 años, y como todo joven enamorado de la vida y de los ideales, se enlistó para pelear en contra del General Franco en el ejército de tierra, en el cuerpo de infantería. Tener una república era su sueño.
Así que aquel día Antonio se embarcaba para reunirse con el ejército en la provincia de Castellón y avanzar hacia Madrid. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo estarían separados, y lo que el futuro les depararía. México era una idea muy lejana.
Antonio, ingresó en el ejército, vivía una vida llena de temores y zozobra. Conforme avanzaba la guerra, tenía cada vez menos alimento, los uniformes y zapatos rotos y gastados. Los ideales dejaron de tener la misma fuerza que al principio y así entre batallas fueron acercándose a la capital.
Para Olga, la cosa no era mejor, tanto su familia como ella, eran republicanos al igual que Antonio. Sus hermanos, eran perseguidos por los franquistas, así que tuvieron que huir y esconderse por la sierra. La comida escaseaba y el terror de las noticias del frente era cada vez más desalentador.
Una tarde, le avisaron a Olga, a su hermana y a su madre, que traían a su hermano José. Lo habían atrapado ya, al verlo las mujeres su rostro se llenó de espanto, su madre no paraba de llorar, estaba casi famélico, la ropa hecha jirones, los ojos hundidos y el color de su piel era casi ocre.
Por traidor, lo colgaron y llevaron su cuerpo arrastrando por la plaza del pueblo, para demostrar que cualquier persona que se atreviera a estar en contra del General, correría la misma suerte que José Caldas.
Después de aquel terrible suceso, la familia de Olga trató de salir de España. Lo único que lograron, fue que Olga y su hermana Pilar consiguieran un boleto en el Buque Motor “La Nueva Esperanza” que las llevara a algún lugar de América.
Se repetía aquella despedida en el muelle con Antonio, la diferencia era que ahora Olga se despedía de su madre y no conocía su destino. Y pensaba en Antonio, jamás lo volvería a ver, ella dejaba su patria, sin saber siquiera su futuro y no sabría si podría regresar algún día. Mientras él peleaba por una causa perdida, eso si seguía con vida.
A las puertas de Madrid, Antonio fue hecho prisionero y llevado a alguna parte que él no conocía al sur de Francia. A su llegada, se dio cuenta que estaba en un campo de trabajo, donde de sol a sol cultivaba todo tipo de hortalizas, siempre custodiado por soldados franceses, que le hablaban en un idioma que él desconocía. Por las noches en su cama, sus pensamientos siempre volvían a Olga. Sacaba de su bolsillo un pañuelo que ella le había dado el día de su partida, para no olvidar su aroma. No tenía noticias de ella, pero le preocupaban tanto las preferencias políticas, de ella y su familia, que no dejaba de imaginarse lo peor.
Olga y Pilar, llegaron a la isla de Cuba, quien acogió a los exiliados españoles con los brazos abiertos. Una familia dió asilo a Olga y otra a Pilar como parte del servicio de la casa. De ahora en adelante, tenían dónde dormir y qué comer. Trabajaban toda la semana y los domingos se veían para tratar de averiguar de su familia en España.
El patrón de Olga, era un hombre poderoso en Cuba, conseguía siempre lo que quería, era alto, de tez muy blanca, con los ojos azules, el pelo tan rubio que parecía blanco. Su perfil podría haber sido el de un césar romano. Desde que vió a Olga, decidió que tendría a esa muchacha para él. Siempre era amable y solícito con ella. A la muchacha le gustaba el trato preferencial que recibía, no imaginaba las intenciones del jefe.
Una mañana en que no había nadie en la casa, el patrón regresó con el pretexto de haber olvidado unos papeles muy importantes. Al llegar, vio que estaban únicamente Olga y él, así que decidió ir al encuentro de la muchacha. Esta al ver el rostro transformado por la lujuria, sintió miedo y trató de escapar de su presencia, pero él le cerró el paso con el brazo, la jaló y la subió a la mesa del comedor donde la violó. Ella trataba de liberarse, gritaba pero nadie correría en su ayuda. En su defensa, le arañó y le escupió el rostro. Cuando hubo terminado, la amenazó con correrla y negarle cualquier posibilidad de un nuevo trabajo si se atrevía a contárselo a alguien.
La pobre Olga a partir de aquel momento, dejó de vivir en tranquilidad, cualquier ruido la ponía en estado de alerta. A los dos meses, se dio cuenta que esperaba un hijo, un producto de aquella terrible experiencia.
Olga armada de valor, una noche en que el señor estaba solo en su estudio, decidió amenazarlo con decirle todo a su esposa si no accedía mandarla en el primer barco a México. Este para quitarse del peso y la responsabilidad, accedió de inmediato, por lo que arregló su partida.
Cómo le jugaba una mala pasada el destino, su sueño había sido ir a aquel país, pero acompañada por Antonio, ahora estaría ahí pero sola y con un bebé que cuidar. Nació una niña de cabello negro azabache y ojos azules, su piel parecía la nieve de los Alpes, a la cual le llamó Olga, como ella. Y así empezó en México su nueva vida, como institutriz de otra casa de una familia bien, en el puerto de Veracruz.
Una tarde de verano en el campo de trabajo de Antonio, los soldados franceses, les explicaron que esa noche habría un barco que los sacaría de Francia, no sabían a donde los llevarían. Lo que tenían que hacer era, en cuanto escucharan la alarma, salir corriendo rumbo al muelle, sin mirar atrás y subirse a un barco que los esperaría.
En el campo, los hombres se miraban unos a otros con miedo y desconfianza, y ¿Si fuera la ley fuga y les dispararan por la espalda? El terror ganaba la batalla, no tenían más que arriesgarse y hacer lo que los soldados les habían dicho.
Así que esa noche al sonido de la alarma corrieron, Antonio con el pañuelo de Olga muy apretado en su puño y gritando como un loco su nombre. Fue así que dejó tierras francesas y semanas después conoció la isla de la República Dominicana. Al desembarcar, no tenía más que lo puesto, no llevaba nada para comer o para vestir, así que una vez en la playa se vió abandonado y muerto de hambre.
Bendita isla del Caribe, había platanares por todos lados, así que comieron plátanos y durmieron en la playa. Así fue, hasta que poco a poco fueron encontrando algunos trabajos, para poder empezar una nueva vida.
Antonio, fue a una granja donde se cultivaba el plátano, la papaya y en la temporada el mango. Ahí se empleó por comida, techo y una mísera paga apenas para sobrevivir. Desde ahí, trató de contactar a alguien que le diera noticias de Olga, pero a ella parecía que la tierra se la hubiera tragado.
Vivió cuatro años en la isla, pero para él no era este el tipo de vida con el que soñaba, así que ahorró y sin más tomó el primer barco para salir hacia el puerto de Veracruz, en México. Finalmente uno de los dos cumpliría su sueño de vivir en aquel país.
Para Olga, la vida fue dura en un principio, pero su hija, era toda su alegría. Así que trabajaba por ella y se sentía feliz. En lo más recóndito de su corazón estaba siempre vivo el recuerdo de Antonio. Que lejano parecía ya. Todo era como un recuerdo nebuloso. Algunas veces hasta dudaba que realmente hubiera sucedido.
Una tarde, de regreso de tomarse un café lechero con una bomba en los portales, Antonio venía caminando por la calle, cuando de un edificio, salió una niña como de seis años corriendo, si no hubiera dado un paso hacia atrás lo hubiera tirado, le llamó la atención lo negro de su pelo, le recordaba a Olga, la blancura de su piel. Le extrañó que una niña saliera con tanta prisa y sola, así que la alcanzó justo antes de que cruzara por una calle.
La niña, cuando sintió el jalón del brazo, empezó a gritar todavía más fuerte, a lo que Antonio tuvo que tranquilizarla diciendo que no debería de haber salido así sola de su casa, que era mejor que regresara. La niña era hermosa, algo en su mirada le recordaba su niñez, su juventud, el amor.
Antonio la llevó de regreso a su casa, a la entrada del edificio, una mujer lloraba y gritaba - Olgaaaaa, Olgaaaa – el corazón le dio un vuelco, esta niña se llamaba… Pero si la mujer era, no lo podía creer. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sintió un vacío en el estómago. Se acercó a Olga. En cuanto ella lo vió no pudo articular palabra. El hombre que estaba frente a ella era Antonio. Los dos en México, después de tantos años.
Se abrazaron, todos los sentimientos reprimidos por tantos años, se desbordaron. Sus lágrimas se confundían. Olga estaba demasiado delgada, le pareció a Antonio, sentía como si su esqueleto fuera a romperse en cualquier momento. Algo no estaba bien.
Olga lo invitó a subir, así que los tres subieron. Ya sentados en una pequeña sala muy bien iluminada, con las ventanas abiertas para que entrara el fresco. Antonio le preguntó sobre su hija, Olga le contó todo lo sucedido en Cuba. Él abrazándola, le prometió cuidar siempre de las dos, de ahora en adelante, nunca pasarían por ninguna miseria.
Antonio sentía que había algo más, no le gustaba el color de piel de Olga, y le preocupaba la reacción de la niña. Olga tuvo que confesar que padecía de cáncer, esa tarde le habían informado que solo le quedaban unas cuantas semanas. En cuanto había llegado llorando, le había dicho a Olga hija que tendría que buscarle una familia, que moriría muy pronto, por lo que ella había salido corriendo de esa manera.
Antonio tomó la mano de las dos, las besó y prometió cuidar siempre a Olga como su hija, y disfrutar el tiempo que tuviera con el único amor de su vida.

Josefina Gala

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